Arquitectura y diseño: Empezar por lo que se vive para crear lo que se sostiene
Arquitectura y diseño: Empezar por lo que se vive para crear lo que se sostiene
Fran J. Pérez
Diseñador de interiores con base en estrategia. Vengo de producto y marca; ahora traduzco objetivos en espacios que rinden. Escribo sobre proceso, materiales y métricas.
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Interiorismo y estrategia para retail, contract y vivienda.
Pequeñas dosis, gran impacto.
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Habitar: la experiencia como cimiento del diseño
La arquitectura se vive antes que nada, pues surge de la necesidad humana de habitar. Los espacios que diseñamos son escenarios de la vida cotidiana, cargados de significado por la forma en que se experimentan. Por ello, la labor de un interiorista-diseñador es de vital importancia.
Como señala el arquitecto Juhani Pallasmaa (Pallasmaa, 2016, p. 38):
“La arquitectura de verdad siempre trata sobre la vida. La experiencia existencial del hombre es la asignatura principal del arte de la construcción”
Es decir, el acto de habitar —vivir y sentir un espacio— debe ser el punto de partida del proceso de diseño. En esa misma línea, Heidegger ya proponía que “la esencia del construir es el dejar habitar. Solo si somos capaces de habitar podemos construir” (Heidegger, 1994, p. 13).
Esta idea sugiere que un diseño arquitectónico válido debe primero comprender la experiencia vivida en el espacio, para luego cristalizarla en forma construida que perdure en el tiempo. La construcción solo se sostiene —en lo físico y en lo cultural— si responde a las formas en que las personas viven y hacen suyo el espacio.
Confort y percepción sensorial en el espacio
Partir de lo que se vive implica atender al confort integral del usuario y a su percepción espacial. El confort abarca dimensiones físicas (temperatura, luz, ergonomía), pero también aspectos psicológicos y sensoriales, un espacio bien diseñado estimula todos nuestros sentidos y genera bienestar.
Por ejemplo, los materiales cálidos al tacto, la calidad acústica o los aromas agradables contribuyen a una experiencia de confort holístico. La percepción espacial es multisensorial: la vista capta la luz y la forma, el oído los sonidos del lugar, la piel siente texturas y temperaturas, todos estos estímulos se combinan en la mente, evocando emociones y memorias ligadas al espacio.
Un interior bien logrado va más allá de la estética superficial; busca “producir un verdadero habitar” a través de experiencias sensoriales significativas. Por eso, diseñar con el usuario en mente supone investigar cómo las personas perciben y habitan el entorno —sus hábitos, cultura y preferencias— para así moldear espacios que les brinden comodidad, identidad y placer de uso. Un diseño centrado en la experiencia resulta en lugares donde nos sentimos “como en casa”, debido a la armonía entre configuración espacial, funcionalidad y sensaciones agradables.
El diseñador reflexivo: de la experiencia a la sostenibilidad
Adoptar la perspectiva de lo vivido también requiere un diseñador reflexivo. Donald Schön (1983) describía al profesional que reflexiona sobre su práctica mientras diseña, en una “conversación reflexiva” con la situación. Esto significa que el arquitecto o diseñador interior debe aprender de la interacción real de las personas con sus espacios: observar cómo usan un ambiente, cómo se sienten, qué problemas enfrentan, e iterar/plasmar sus propuestas en consecuencia.
De este modo, se vincula la teoría con la experiencia práctica, asegurando soluciones más humanizadas actuando así en diseñador, casi como un intérprete de la vida cotidiana, traduciendo necesidades y sueños en formas espaciales sostenibles.
Ezio Manzini aporta que en un mundo de transformaciones profundas “todos diseñamos”: la gente común ajusta y decora su entorno buscando mejorarlo, demostrando una capacidad humana natural para el diseño. Sin embargo, solo el profesional puede elevar esa experiencia cotidiana a un proyecto integral y sustentable.
Empezar por lo que se vive implica empoderar al usuario —escuchar su experiencia— pero a la vez aplicar metodologías expertas para que el resultado se sostenga funcional y estructuralmente. Cuando el diseño incorpora la participación y el saber del habitante (diseño centrado en el usuario), se logran entornos más apropiados y duraderos, evitando errores costosos y reduciendo el desuso o abandono de espacios.
Además, un diseño arraigado en la vida real tiende a ser más sostenible en sentido amplio: respeta la identidad cultural, mejora el confort (reduciendo consumos energéticos, por ejemplo) y evoluciona con las personas en el tiempo.
Vivir para diseñar, diseñar para vivir
«Empezar por lo que se vive» es una filosofía de proyecto que pone en el centro la vivencia humana como génesis del diseño. Una mirada cercana y humanista, no reñida con la rigurosidad técnica, sino como guía al profesional en la toma de decisiones informadas por la realidad del usuario. Como resultado son espacios que se sostienen y trascienden, porque están cimentados en la autenticidad de la experiencia cotidiana.
Trabajar la conexión entre vida y diseño es clave para crear espacios más habitables, confortables y significativos, al fin y al cabo, diseñamos para que la gente viva mejor; ese debe ser el sustento de cualquier obra que aspire a perdurar.
Referencias
- Heidegger, M. (1994). Construir, habitar, pensar. En Vorträge und Aufsätze (Ed. española). Barcelona: Ediciones del Serbal.
- Manzini, E. (2015). Cuando todos diseñan: Una introducción al diseño para la innovación social. Madrid: Experimenta.
- Pallasmaa, J. (2014). Los ojos de la piel: La arquitectura y los sentidos. Barcelona: Gustavo Gili.
- Robles Cuéllar, L. J. (2015). Experiencia perceptiva en el diseño de los espacios interiores. Revista Interiorgráfico, 15(Oct). Universidad de Guanajuato.
- Schön, D. A. (1983). El profesional reflexivo: Cómo piensan los profesionales cuando actúan. Barcelona: Paidós.
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Como señala el arquitecto Juhani Pallasmaa (Pallasmaa, 2016, p. 38):
“La arquitectura de verdad siempre trata sobre la vida. La experiencia existencial del hombre es la asignatura principal del arte de la construcción”
Es decir, el acto de habitar —vivir y sentir un espacio— debe ser el punto de partida del proceso de diseño. En esa misma línea, Heidegger ya proponía que “la esencia del construir es el dejar habitar. Solo si somos capaces de habitar podemos construir” (Heidegger, 1994, p. 13).
Esta idea sugiere que un diseño arquitectónico válido debe primero comprender la experiencia vivida en el espacio, para luego cristalizarla en forma construida que perdure en el tiempo. La construcción solo se sostiene —en lo físico y en lo cultural— si responde a las formas en que las personas viven y hacen suyo el espacio.
Confort y percepción sensorial en el espacio
Partir de lo que se vive implica atender al confort integral del usuario y a su percepción espacial. El confort abarca dimensiones físicas (temperatura, luz, ergonomía), pero también aspectos psicológicos y sensoriales, un espacio bien diseñado estimula todos nuestros sentidos y genera bienestar.
Por ejemplo, los materiales cálidos al tacto, la calidad acústica o los aromas agradables contribuyen a una experiencia de confort holístico. La percepción espacial es multisensorial: la vista capta la luz y la forma, el oído los sonidos del lugar, la piel siente texturas y temperaturas, todos estos estímulos se combinan en la mente, evocando emociones y memorias ligadas al espacio.
Un interior bien logrado va más allá de la estética superficial; busca “producir un verdadero habitar” a través de experiencias sensoriales significativas. Por eso, diseñar con el usuario en mente supone investigar cómo las personas perciben y habitan el entorno —sus hábitos, cultura y preferencias— para así moldear espacios que les brinden comodidad, identidad y placer de uso. Un diseño centrado en la experiencia resulta en lugares donde nos sentimos “como en casa”, debido a la armonía entre configuración espacial, funcionalidad y sensaciones agradables.
El diseñador reflexivo: de la experiencia a la sostenibilidad
Adoptar la perspectiva de lo vivido también requiere un diseñador reflexivo. Donald Schön (1983) describía al profesional que reflexiona sobre su práctica mientras diseña, en una “conversación reflexiva” con la situación. Esto significa que el arquitecto o diseñador interior debe aprender de la interacción real de las personas con sus espacios: observar cómo usan un ambiente, cómo se sienten, qué problemas enfrentan, e iterar/plasmar sus propuestas en consecuencia.
De este modo, se vincula la teoría con la experiencia práctica, asegurando soluciones más humanizadas actuando así en diseñador, casi como un intérprete de la vida cotidiana, traduciendo necesidades y sueños en formas espaciales sostenibles.
Ezio Manzini aporta que en un mundo de transformaciones profundas “todos diseñamos”: la gente común ajusta y decora su entorno buscando mejorarlo, demostrando una capacidad humana natural para el diseño. Sin embargo, solo el profesional puede elevar esa experiencia cotidiana a un proyecto integral y sustentable.
Empezar por lo que se vive implica empoderar al usuario —escuchar su experiencia— pero a la vez aplicar metodologías expertas para que el resultado se sostenga funcional y estructuralmente. Cuando el diseño incorpora la participación y el saber del habitante (diseño centrado en el usuario), se logran entornos más apropiados y duraderos, evitando errores costosos y reduciendo el desuso o abandono de espacios.
Además, un diseño arraigado en la vida real tiende a ser más sostenible en sentido amplio: respeta la identidad cultural, mejora el confort (reduciendo consumos energéticos, por ejemplo) y evoluciona con las personas en el tiempo.
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«Empezar por lo que se vive» es una filosofía de proyecto que pone en el centro la vivencia humana como génesis del diseño. Una mirada cercana y humanista, no reñida con la rigurosidad técnica, sino como guía al profesional en la toma de decisiones informadas por la realidad del usuario. Como resultado son espacios que se sostienen y trascienden, porque están cimentados en la autenticidad de la experiencia cotidiana.
Trabajar la conexión entre vida y diseño es clave para crear espacios más habitables, confortables y significativos, al fin y al cabo, diseñamos para que la gente viva mejor; ese debe ser el sustento de cualquier obra que aspire a perdurar.
Referencias
- Heidegger, M. (1994). Construir, habitar, pensar. En Vorträge und Aufsätze (Ed. española). Barcelona: Ediciones del Serbal.
- Manzini, E. (2015). Cuando todos diseñan: Una introducción al diseño para la innovación social. Madrid: Experimenta.
- Pallasmaa, J. (2014). Los ojos de la piel: La arquitectura y los sentidos. Barcelona: Gustavo Gili.
- Robles Cuéllar, L. J. (2015). Experiencia perceptiva en el diseño de los espacios interiores. Revista Interiorgráfico, 15(Oct). Universidad de Guanajuato.
- Schön, D. A. (1983). El profesional reflexivo: Cómo piensan los profesionales cuando actúan. Barcelona: Paidós.
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